El economista y escritor Pablo Gil afirma que vivir en silla de ruedas fue «un descanso emocional y psicológico»

– Es analista jefe del bróker internacional XTB con una enfermedad degenerativa de nacimiento

– Publica el libro ‘Aprendiendo de las crisis anteriores para invertir con éxito en el futuro’

MADRID, 21 (SERVIMEDIA)

Pasar a vivir en silla de ruedas suele ser un trauma para la mayoría de las personas. Pero el economista y analista financiero Pablo Gil admite que en su caso fue «un descanso emocional y psicológico» tras cuatro décadas de caídas accidentales y lesiones físicas por las dificultades para caminar con una enfermedad degenerativa como la atrofia espinal crónica, con la que nació en 1966.

«Tenía que haberlo hecho hace muchos años», relata en una entrevista a Servimedia en el salón de su casa en Madrid. Allí tiene montada su propia oficina, con un pequeño despacho de unos diez metros cuadrados donde cabe su silla de ruedas y una gran mesa con su ordenador, tres monitores para seguir la evolución de los mercados internacionales y una cámara mediante la que casi a diario conecta en directo con más de 173.000 seguidores en YouTube, 80.000 en Twitter y 38.000 en Instagram.

Pablo es uno de los analistas económicos con mayor prestigio en España y uno de los pocos plenamente independientes, sin vinculación a partidos políticos ni a sectores ideológicos. Su éxito es fruto del «esfuerzo» profesional a lo largo de casi cuatro décadas pero, sobre todo, de la superación personal constante durante 56 años de vida. Ahora lanza el libro ‘Aprendiendo de las crisis anteriores para invertir con éxito en el futuro’, un encargo de la editorial Deusto en el que repasa las crisis económicas del último medio siglo para aprender de ellas y arrojar luz sobre la situación internacional actual.

Su historia es la de un hombre luchador desde poco después del parto, cuando sus padres empezaron a detectar que tenía dificultades para andar y se tropezaba «con frecuencia» porque las puntas de los pies estaban inclinadas «hacia el suelo». Entonces iniciaron la búsqueda de una explicación con todo tipo de médicos y neurólogos, hasta que el doctor Portera atinó con el diagnóstico.

Pablo Gil escuchó de niño junto a su familia que la atrofia espinal iría extendiéndose al resto del cuerpo y que con 20 años tendría que «estar en silla de ruedas». Sin embargo, ni sus padres ni él se vinieron abajo con esos pronósticos por mucho que cada año estuviera «peor» y a veces se hundiera. Tampoco cuando en el colegio le apodaron «patachula» ni cuando le acosaban por ser «el eslabón débil». Nadie hablaba de ‘buylling’ en aquella época pero existía y quien lo frenaba era su hermano, un año mayor. La familia fue «un colchón de seguridad brutal».

EDUCADO SIN DIFERENCIAS

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Tenía dificultades crecientes para desplazarse pero sus padres no distinguían entre hijos. Nadaba, patinaba, practicaba hípica, aprendió a navegar, hacía motocross pese a no usar el talón e incluso competía en ping pong. Más tarde empezó a esquiar en silla adaptada y ahora corre con tres tipos de ‘handbike’ diferentes. Moverse por el barrio resultaba complejo pero sus padres le mandaron a Estados Unidos a estudiar en 1983, cuando no había Internet y las comunicaciones con la familia eran cada varias semanas.

«A mí me han exigido lo mismo que al resto en casa y eso te hace de una manera. Cuando tu entorno funciona así de bien y no te deja caer en la autocomplacencia y no ser condescendiente con tu enfermedad. Ahora lo pienso y tuvo que ser muy duro para mis padres». La peor fase posiblemente fue la adolescencia, cuando quería «ligarse a una chica» con sus circunstancias. Pero su hermano «era un playboy» y, como en el resto de las cosas, Pablo pensaba: «si él puede, yo también».

Rozando la mayoría de edad empezaron las lesiones graves. Las piernas no aguantaban y caía al suelo con frecuencia. Como un plomo. Los tobillos se torcían constantemente y se repitieron las fisuras en los empeines. Aún así, lo que más le dolía era mancharse la ropa y caerse delante de la chica que le gustaba. Ahí empezó una fase «muy complicada de gestionar». «Por primera vez empecé a ponerme limitaciones. Había cosas que no podía hacer pero decía que no quería con tal de no reconocerlo».

Por ejemplo, cuando empezó a trabajar renunciaba a ir a comer a restaurantes con compañeros «porque no podía llegar andando». Caminar por un pasillo consistía en avanzar paso a paso agarrado a una barandilla o cualquier tipo de objeto, como el escalador que sube poco a poco la cima colgando las manos de presa en presa. «El momento clave es cuando dejas de mentirte a ti mismo, dices a la gente que ahí no puedes llegar y buscas el modo de hacerlo de otra manera».

Pablo Gil se ha convertido también en un referente para muchas personas con discapacidad o con otras adversidades en la vida. Entre sus exitosos vídeos sobre análisis financiero se cuelan algunos sobre superación personal. «El mundo de una persona con discapacidad cambia cuando sustituyes el no puedo por cómo lo hago», sentencia. «Pero para llegar a eso necesitas muchas décadas de haberlo vivido y haberlo superado. Mientras tanto, piensas qué opinará el que me está viendo y a veces nosotros mismos somos los jueces más duros».

Mientras tanto, su carrera profesional ha avanzado de forma fulgurante. Tras licenciarse en Empresariales en Cunef, fue director del Departamento de Análisis Técnico y Cuantitativo del Banco Santander entre 1990 y 2000. Después en BBVA fue socio fundador del primer Hedge Fund Market Neutral en España entre 2000 y 2013 con casi 500 millones de euros bajo gestión. Ahora es estratega jefe de XTB España y Latinoamérica, lo que le sirvió para ser reconocido en 2022 con el Premio al Mejor Analista Técnico.

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PASAR A LA SILLA DE RUEDAS

Pablo Gil esquivó durante más de cuatro décadas el pronóstico de la silla de ruedas. Hasta que hace diez años él mismo tomó la decisión. En 2013 sumó «siete luxaciones del codo» por las repetidas caídas. Con las piernas tan débiles, cualquier lesión en los brazos destrozaba su rutina diaria. Y para colmo se rompió la rodilla. «Ese es el momento en el que digo no puedo seguir así. Decidí vivir en silla, aunque tenía que haberlo hecho mucho antes». «Cuando me senté en la silla, hay un descanso emocional y psicológico como pensaba que no iba a tener».

A partir de ese momento, la mente ya no necesitaba buscar sujeciones a las que agarrarse a medida que avanzaba cada metro. «Por ridículo que parezca, me quité un peso de encima y empecé a hacer muchas cosas que no hacía». Podía ir a cualquier restaurante sin importar la distancia o la ubicación. Sin tener que apoyarse en el hombro de alguien para mantener el equilibrio. Y si al llegar había algún escalón, «el problema lo traspasaba a un tercero» para que le levantaran la silla. «Entonces dejo de necesitar a otra persona y soy autónomo».

Hasta que llegó la pandemia, este analista financiero viajaba a Iberoamérica con su silla de ruedas tres o cuatro veces al año. A Chile, que está «muy bien adaptado», pero también a México y a Colombia, que era «un desastre» en accesibilidad. En España cree que aún «faltan muchas cosas» pero insiste en que «el cambio más grande está en la cabeza» de cada uno, en pensar que se pueden hacer las cosas y en buscar el modo de conseguirlo.

La atrofia espinal crónica ha seguido avanzando y ya le afecta a los abdominales e incluso a los dedos de las manos. Para escribir el libro ‘Aprendiendo de las crisis anteriores para invertir con éxito en el futuro’ que le encargó Deusto, se encerró en navidades en su despacho y tecleaba más de ocho horas por jornada. De tanto pulsar las letras, el dedo gordo dejaba de funcionar y se descolgaba, así que lo unía a los demás con una goma.

«DISFRUTAR EN EL CAMINO»

Pablo Gil ha encontrado muchos obstáculos en la vida pero ninguno le ha impedido construir la vida que deseaba. Ni siquiera en el amor. Su principal preocupación con quince años era si podría ligar y con veintidós conquistó en la playa a su primera pareja. Tuvieron tres hijos -sin rastro de discapacidad- y estuvieron casados más de dos décadas, hasta que le abandonó por un amigo. «Ahí me entró un bajonazo con 50 tacos porque percibes la situación de otra manera: qué hago yo ahora, con mis rarezas». Pero una amiga le apuntó a una web para conocer a otras mujeres y encontró a su actual esposa.

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En la primera cita tuvo la osadía de pedirle un favor. «La recogí y cuando íbamos en el coche le pedí que me diera cinco horas. Yo pretendía tener tiempo suficiente para que se olvidara de la silla de ruedas». Pero la discapacidad no fue un problema porque «ella la tiene muy normalizada» y sus dos hijos «también». «A veces le llamo la atención para que me acerque la silla al bajar del coche porque se olvida y ella dice que es un éxito de mi autogestión».

La discapacidad es la más fiel compañera de vida que ha tenido Pablo pero no renunciaría a ella ni aunque Dios le concediera el milagro de la curación. «Pediría estar sano 30 días al mes pero un día con la atrofia espinal para no olvidarme de las cosas». «Yo valoro lo que no tengo dañado, como poder ver, poder hablar, tener una cabeza estupenda o que digan que soy buen comunicador». «Otros dirán ‘pobre Pablo’ pero yo me siento afortunado y esa es la llave para ser feliz». «Un médico me dijo que la enfermedad me podía generar problemas de esfínteres y no lo tengo, así que pienso que me ha tocado la lotería», remacha convencido de que también es un «privilegiado» porque no le falta nada material gracias a lo mucho que trabaja.

Su nuevo libro está centrado en las crisis económicas que el mundo ha atravesado desde 1986. Como experto advierte que «lo que estamos viviendo ya lo hemos vivido antes porque todo es muy cíclico» y no quiere que la gente «repita los errores» del pasado. Pero la cabeza de Pablo barrunta otro libro, una biografía que relate sus experiencias y aprendizajes de vida para que sirvan a otras personas.

Subraya que «en la vida te tocan unas cartas y esas son las que tienes que jugar». «Con cartas malas puedes ganar partidas y hay gente que con cartas buenas las pierde». Esta moraleja podría ser su legado y el resumen de la «huella» que quiere dejar a sus hijos y al resto del mundo. Se siente satisfecho si quienes le siguen en redes sociales, ven sus vídeos y leen sus obras piensan que Pablo Gil «aprovecha» la vida al máximo y asumen como él que el premio no es adonde se llega sino «disfrutar en el camino».

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